Para morirse
Sea desde la religiosidad o desde prácticas más recientes en nuestro país, como Halloween, el "Día de los Muertos" (o de Todos los Santos) viene siempre a recordarnos que la muerte es lo único seguro en la vida.
Sea desde la religiosidad o desde prácticas más recientes en nuestro país, como Halloween, el "Día de los Muertos" (o de Todos los Santos) viene siempre a recordarnos que la muerte es lo único seguro en la vida.
Más allá de la efeméride del 1° de noviembre en que los deudos repletan los cementerios, la muerte es siempre motivo y ocasión para los más diversos ritos, conmemoraciones e incluso festejos. Alberto Ruíz, vecino de la población Pantanosa de Frutillar relata que para honrar la memoria de los fallecidos, "los velorios se transformaban con rezos, chistes y bebidas, bebidas alcohólicas, mate y café. Se pasaba bien". "Todos en la población acompañaban a la familia, porque íbamos a comer. No era por tanta fe, como se puede ver ahora, era más por ir a pasarla bien y divertirse", afirma.
En medio de las carencias económicas, los funerales eran una instancia para compartir y deleitarse con platos caseros que en ese tiempo eran un lujo. Ruiz agrega que "cuando fallecía alguien, la familia Andrade hacía unas comidas, (…) nunca he comido unas cazuelas más buenas que las que hacía esa familia. En unas ollas de patas enormes, no sé, entraría medio cordero, un cordero ahí, hecho cazuela. Cosa más buena no hemos vuelto a probar".
Cuando moría un vecino en Pantanosa, lo velaban envuelto en una mortaja negra mientras terminaban el ataúd que, generalmente, era fabricado por los propios amigos o familiares del difunto con los escasos recursos que poseían. Alberto Ruiz recuerda que en una ocasión, se demoraron dos días porque "era difícil encontrar la madera, no había pintura, entonces lustraron la urna con pasta de zapatos negra".
Ritos y ceremonias
Pero la muerte se vive y representa de diversas formas, las fotografías que forman parte del archivo de Memorias del Siglo XX muestran también imágenes de "angelitos", niños que morían a corta edad y eran así llamados por su condición de "inocente", que les garantizaba un acceso inmediato al "cielo".
En los conventillos del centro de Santiago, la muerte era un momento que concitaba la unión y solidaridad de los vecinos. Teresa Rodríguez, habitante de "El chiflón del diablo", relata que todos acompañaban a los deudos. "En los entierros íbamos caminando al cementerio, porque no había para pagar las carrozas con caballos que había en ese tiempo. Nos íbamos todos caminando, todos los vecinos, sobre todo cuando morían guagüitas, o si no habían unos vecinos que trabajaban en la micro Avenida Matta (…) y ellos se conseguían la micro y nos íbamos con la guagüita o el muerto arriba de la micro hasta el cementerio".
La colección que presentamos incluye fotografías y videos que rescatan los rituales y tradiciones ligadas a la muerte a mediados del siglo XX.